¿Por qué Python para orientadores?
Responder a esta pregunta requiere plantearse previamente otra más básica: ¿ qué aporta saber lógica de programación a un orientador?. Tampoco esta pregunta tiene fácil respuesta, pero es básica y pertinente.
No considero una exageración decir que la lógica de programación (y lo que supone en concreto: saber programar) es la alfabetización pendiente del siglo XXI. También lo era a finales del siglo XX, y quedó como tarea pendiente. Era de esperar.
Hicieron falta casi 7000 años para que la alfabetización a secas pasara a ser considerada una necesidad social universal; mucho menos para que el grado de alfabetización de la población (y no sólo de una minoría) fuera un factor relevante para el desarrollo de las comunidades; y que además fuera posible, gracias a la invención de la imprenta y la subsiguiente generalización del libro como recurso accesible (allá por el siglo XV d.C.) (1).
El desarrollo de la informática, de lo digital como soporte y medio omnipresente se ha impuesto como realidad en muy poco tiempo, modificando (y no necesariamente para bien; tampoco su contrario) el modo en que se plantea la comunicación, el acceso a y la transmisión del conocimiento. Por debajo de este fenómeno y todo su instrumental tecnológico está la electrónica, pero sobre todo la lógica de programación (2).
Desconocer esta base es quedar indefenso a sus consecuencias, aunque no afecta necesariamente a la capacidad de hacer uso de las tecnologías en que se manifiesta (que son muchas). Y este es, en mi opinión, un gran y potencial (cada vez más real que potencial) riesgo; especialmente ahora, cuando el propio desarrollo de esas tecnologías amenazan con competir (y con ventaja) con la propia inteligencia humana. El sólo hecho de que sea necesario calificar la inteligencia como humana (por oposición a la inteligencia artificial) ya es en sí mismo todo un indicio (mucho más que un indicio) de cómo están las cosas (3).
También lo es que podamos hablar de alfabetización digital como símil, pero también como diferenciación de la alfabetización a secas. No sé si es muy apropiado emplear este término, por lo que conlleva de comparación con el original, pero por algo es que más empleado: si ambas alfabetizaciones no son equivalentes (y hay muchos matices específicos en la digital para que no lo sean en sentido estricto), lo parecen, principalmente por sus repercusiones, aunque es posible que aun no podamos apreciar que el analfabetismo digital pueda tener aun mayor transcendencia que el analfabetismo a secas. Y no podemos descartar que, gracias a la IA, cuando sea una realidad evidente haya quedado oculta, que no el lo mismo que sea irrelevante (4).
Tampoco descarto que este discurso nos esté conduciendo a territorios un tanto alejados de aquello que le dio origen; pero creo que era necesario llegar hasta aquí (posiblemente no no sea ir más lejos) para sentar las bases de la respuesta a esa segunda pregunta. La primera, en pura lógica, queda aun pendiente.
Retomando la cuestión, no podemos resumir la competencia digital al conocimiento de la lógica de programación, ya que aquella es mucho más amplia, multifacética y compleja que la lógica de programación, y en esos términos generales, variopintos y multifacéticos es posible que estemos más cerca de ser competentes, o al menos suficientemente competentes, aunque tampoco hay que tirar voladores (la brecha digital se ha mostrado como una manifestación relevante de la brecha social, y también lo es en términos de grupos etarios).
Lo malo es que hay formas y niveles de alfabetización digital que son claramente insuficientes y nos sitúan, en el mejor de los casos, como meros usuarios-consumidores de contenidos y medios, a la vez que nos alejan de la posibilidad de ser realmente competentes (ergo usuarios capaces de comprender la lógica del código y acceder critica y autónomamente al contenido). Es como si limitáramos la alfabetización a la capacidad lectora, olvidándonos de su otra parte: la de ser capaces de escribir.
Y no es esta una buena comparación, aunque puede que sí la más sencilla de comprender, la que mejor ilustra la cuestión. En realidad, carecer de competencia en lógica de programación puede ser aun más limitante que no saber escribir, ya que esa forma concreta de analfabetismo digital nos limita mucho más dado que afecta también a nuestra capacidad de comprender el código y la tecnología que le da soporte. Podemos ser hasta hábiles usuarios de la máquina y competentes consumidores de programas y contenidos, pero ignorar prácticamente todo de lo que subyace y lo hace posible; es más: ni siquiera esa alfabetización aparenta ser necesaria. Y sí lo es.
Es necesaria para seguir siendo capaces de tomar decisiones, para evitar que unos pocos las tomen por todos. Es necesaria para comprender la lógica que subyace a una tecnología cada vez más omnipresente y día a día más potente... Y para otros muchos "para..." (5)
Pero también lo es para algo más modesto y concreto: para servirnos de ella de forma más competente (no sólo más productiva) y adaptarla a nuestras necesidades concretas, especialmente las que derivan del desempeño profesional. Esto es una necesidad general y compartida, pero especialmente relevante cuando el colectivo profesional es suficientemente minoritario y hasta marginal para el sistema como para resultar rentable en términos empresariales. Nuestro colectivo encaja dentro de este "privilegiado" grupo.
¿Y por qué Python?.
Cierto que de lo anterior no se deriva más que la necesidad de conocer y saber usar la lógica de programación (dentro del contexto de la alfabetización y la competencia digital), pero no se concreta necesariamente en ningún lenguaje específico. Es más, en términos concretos e inmediatos, en esos que se orientan a dar respuesta a nuestras necesidades profesionales específicas (precisamente por su concreción y especificidad), es posible que otros lenguajes y otros enfoques de concreción competencial se ajusten más y resulten de mas inmediata utilidad (6).
No se puede negar la lógica de lo anterior, como tampoco que esas otras soluciones son tan alfabetizadoras y tan capaces como Python de sustentar el desarrollo de ese aspecto nuclear de la competencia digital que hemos llamado conocimiento de la lógica de programación. Como Python o como cualquier otro lenguaje de programación.
No obstante, hoy por hoy, hay algo en Python (y no necesariamente en otro lenguaje de programación, pero tampoco tan exclusivamente en Python), que hace que sea cuanto menos tentador y conveniente incluir el conocimiento de este lenguaje como herramienta para concretar el desarrollo de la competencia digital en su concreción como lógica de programación: el peso de este lenguaje en la consolidación de las nuevas (ya no tanto) tendencias en programación (incluyendo el desarrollo de la mal llamada IA).
Python nos permite dar respuesta a las mismas necesidades que podemos cubrir con un lenguaje de macros (script, prefiero decir), y nos abre muchas otras posibilidades, con independencia de que nos limitemos a vislumbrarlas (y estar en posición de entenderlas), pretendamos incorporarlas críticamente en nuestro que hacer o nos atrevamos a acercarnos a la producción de recursos. Esta amplitud de opciones y campos de estudio no nos las proporcionan los lenguajes encerrados en suites ofimáticas, aunque sean más que suficientes para fines generales competenciales y adecuados para dar respuesta a necesidades muy concretas.
Python no ofrece dar respuesta a lo básico, concreto y necesario y nos abre un mundo de posibilidades; muchas más de las que vamos a ser capaces de convertir en realidades. Y aunque puede que ni falta que hace recorrer estos caminos, al menos algunos de ellos y con cierta profundidad, la mera posibilidad de comprender en qué consisten y cómo se concretan ya es una aportación de gran valor para eso que llamamos alfabetización digital.
Aplicando de nuevo el símil de la alfabetización, además ayudarnos a aprender a leer y a escribir en sus dimensiones más funcionales, Python potencia en gran medida nuestra capacidad de comprensión lectora. No hace falta que seamos capaces de crear obras como La divina comedia o Crítica de la razón práctica, pero sí que seamos capaces de leerlas, comprenderlas (en cierta medida, al menos) y disfrutarlas.
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